“No te puedo amar si me desvalorizas”



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Articulo de Psicología
Psic. Joseph Chakkal Abajian (FPV # 705)

Si le preguntamos a alguien el porqué tolera tanto maltrato verbal y psicológico de su pareja, generalmente argumenta que “es por amor”. Rara vez reconoce que es por temor, y el temor está fundamentado –en la mayoría de los casos- en referencias, mensajes, ideas o experiencias del pasado o del supuesto futuro. En su mente hay falsas premisas que condicionan su sano proceder, por ejemplo “si interfiero en las noches de farra de mi pareja, es capaz que me deje” o "si me niego al sexo, es capaz que se busque a otra”. Toda una serie de conjeturas que en la mayoría de los casos forman parte de un pasado que no regresará, o un futuro que nunca ocurrirá. O son experiencias ocurridas a otras personas, pero que gobiernan la mente del receptor del mensaje al escucharlas repetidas veces. Recordemos que toda frase repetida una y otra vez, se convierte en una gran verdad (en la mente del sujeto), aunque sea incierta.

No podemos medir el amor en función de nuestra resistencia al abuso. Eso de que “mientras más te aguanto, es porque más te quiero” no es cierto. Te aguanto, porque temo las consecuencias de mi reacción. Temo que te molestes, que te vayas si me desahogo. ¿Que pasaría si me atrevo a expresarme y comportarme tal cual me provoca? Ahí esta la respuesta a esa paciencia mostrada. Ciertamente, es inconcebible esperar cosechar amor donde se ha sembrado descalificaciones e indiferencia. Sin embargo, algunas parejas -a fin de mantenerse juntos bajo ese escenario- se justifican mutuamente con versiones tales como “es que él es así, es de carácter fuerte”. Todo es falso, pues este mismo personaje tan grotesco y desconsiderado en su casa, puede no serlo en su medio laboral o social. Entonces ¿cómo etiquetarlo si su actitud varía en función de su entorno?

El marido intenta compensar su agresión con el argumento de que “a ti nada te falta en la casa, ¿de qué te quejas?”. Entran en ese círculo de creencias y acusaciones patológicas, que solo perpetuan la desarmonía del hogar, más aun cuando traemos similares esquemas mentales del hogar original de nuestros padres. Percibimos como normal tal interrelación de victimario-víctima entre marido y mujer, por lo tanto no nos alarmamos, al fin y al cabo ya estamos habituados, nuestros padres lo toleraron. ¿Qué tendría de particular que nosotros repitiéramos su historia? Lo cierto es que al maltratador no se le quiere, se le tolera en función del temor y la baja autoestima de la gente que le rodea. Cuando se superan esos factores, el agresor se va quedando solo. Puede ocurrir en relaciones de parejas, donde el vinculo unión es el aspecto neurótico y enfermizo, el temor al máximo grado. "¿Qué sera de mí, y de mis hijos si decido ponerle fin a estos maltratos y mi pareja me deja?" La respuesta aturde, alarma, asusta. Posiblemente no ocurra nada de lo que esté imaginando.

Un marido descalificador, por más violento y orgulloso que se haya mostrado durante años, rectificará su proceder si en el fondo ama a la pareja y esta se hace respetar. Hacerse respetar es que ella supere ese temor y muestre conductas de confianza en si misma, así sea buscando terapia. Acuérdense que el protagonista del esposo agresivo que lo arregla todo a gritos, amenazas y violencia, lleva una máscara puesta. En el fondo está tan asustado de no poder controlar y manejar a los demás, que recurre precisamente a la fuerza y a mencionar los puntos vulnerables del prójimo. Esa estrategia le ha funcionado porque su víctima no se ha independizado emocionalmente, ni ha abandonado el temor a la soledad, a la culpa o las consecuencias dramáticas.

El precio que paga el maltratador o descalificador es alto. Es posible que acaten sus proposiciones, pero no le respetan, le temen. Es diferente. Algunos se consuelan con ese falso poder. Al creer incapaces de inspirar respeto y manejar las situaciones por las vías sanas, recurren al control patológico, mediante un método amedrentador. Una ayuda sana sería que sus familiares recibieran terapia profesional, para no caer en su terreno, de aceptarle sumisa obediencia ante sus peticiones irracionales. Desengancharse de las conducta conflictivas. Por eso, no me canso de repetir que si el agresor no acude a terapia (que es lo común), el agredido sí debe recibir ayuda profesional, pues es este quien mas sufre y tolera, y es quien está permitiendo e inclusive reforzando involuntariamente el abuso.

La desvalorización es una agresión, y como tal propicia desamor. Se pierde la admiración, el respeto y el deseo de compartir. ¿Quieres romperle la pauta enfermiza al agresor? Háblale de sus cualidades, de sus gestos nobles, de cuanto cariño se compartiría si concentrara su energía en los aspectos positivos de la vida. No le adules, solo reconócele lo que tu consideres sean sus talentos y habilidades. En terapia aprenderás a ponerle limites a los abusos, esto ayudara a todos.

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