“Compartir sentimientos: Clave de un matrimonio sólido”


Artículo de Psicología
Psic. Joseph Chakkal Abagi (FPV 705)

El noviazgo constituye una de las etapas más hermosas de cualquier pareja y no por casualidad, pues en este se observa una tolerancia natural a las discrepancias y un acentuado intercambio afectuoso, casi un estado perfecto. Por supuesto hay una idealización mutua entre las parejas, creadas por las expectativas de cada quien. Las referencias a actividades externas, responsabilidades, relaciones familiares, están subordinadas a un plano secundario por debajo del plano afectivo, aun cuando ambos ejerzan sendos compromisos laborales, académicos. ¿Es esto casualidad? ¿Estas prioridades sentimentales son determinantes a la hora de fortalecer la unión de la pareja? ¿O son factores medianamente importantes?

En matrimonios bien constituidos o en convivencias felices y de larga data hay un denominador común: Se comparte afecto, se comparten sentimientos, no se limitan al quehacer diario ni a la honrosa labor de asumir responsabilidades como padres, proveedores de recursos financieros y materiales. Cuántas veces no he escuchado en terapia la trillada e ingenua frase de maridos molestos con sus parejas: ”A ella no le falta nada, se lo he dado todo”. Claro, al indagar al respecto advertimos que hay carencias afectivas, a pesar de las comodidades en bienes y patrimonios. Creemos que darlo todo equivale a satisfacer necesidades básicas materiales, no afectivas. ¿Que es lo que mas te haría feliz: Un bien material o ser amado incondicionalmente todos los días? ¿Qué precio tienen para ti tus seres más queridos? No hay dinero en el mundo que compre el amor de tu familia, ¿verdad?

Una paciente de 53 años de edad, cansada de vivir en un ambiente de lujo, rutinario y carente de amor, le devolvió a su marido de 60 años todas sus pertenencias en menos de 5 minutos y lo abandonó para siempre sin haber sido jamas maltratada físicamente por este. No compartían cariño, amor ni sentimientos en los últimos 20 años, hasta que en un taller de crecimiento personal comprendió que ella misma estaba atascada emocionalmente y que su esposo no creía en más expresiones afectivas que las de su propia infancia (casi nulas). El marido asistió a dos consultas terapéuticas únicamente para complacer a la esposa y no para modificar su propio enfoque o conducta.

Lo que más une a las parejas es el intercambio de las sensaciones mas profundas, sean de dolor, alegría, satisfacción, miedo, culpa, rabia, ilusiones, proyectos, sueños, etc. Independientemente de todo, lo importante es expresar sentimientos y no para buscar aprobación o justificación, sino para que la otra persona te conozca mejor, comprenda mejor tu proceder y estado anímico, comparta tu emociones, ¿no es eso lo que mas hacían durante el noviazgo? 

¿Por qué se producen inesperados romances extraconyugales? Por la pobreza afectiva matrimonial y no necesariamente por las discusiones o maltrato. Las atenciones afectuosas que se reciben fuera del hogar pueden desencadenar confusiones sentimentales cuando se practica la indiferencia en casa. Algunas esposas desantendidas acuden a consulta, confundidas y hasta con sentimientos de culpa por sentirse atraídas hacia otras figuras masculinas que las halagan en un día más que el mismo marido en un año. ¿Cómo cuestionar entonces a la mujer en tales circunstancias? ¿El esposo no es el principal responsable de que esa mujer se sienta amada y respetada? ¿Y los conflictos maritales que hubiere, serán el eterno argumento para no compartir amor, como si tal problema no tuviera solución profesional?

Por ello no hay que juzgar prematuramente al infiel sin conocer las dos caras de esa moneda. No descarto que –a veces– el mismo sujeto desleal produce un distanciamiento afectivo dentro de su hogar como principal soporte de su conducta irregular.

Las carencias afectivas, producto de una convivencia rutinaria, de dificultades expresivas aunadas al mito de que el amor –dentro del matrimonio- es automático nos llevan a vacíos emocionales. Ambos miembros llegan a tener la vaga sensación de vivir juntos físicamente, pero distanciados afectivamente, es decir, aquí estamos pero no nos sentimos. Tocarse es esencial, es revitalizante. El contacto físico constante (no necesariamente sexual) es señal de interés y amor, sin este es difícil hablar de amor. ¿Cómo transmito amor a mi pareja, si ignoro y renuncio a las caricias estando a mi lado? ¿Por cuánto tiempo me amparare en mis malestares para justificar mi desamor? ¿Por cuánto tiempo más mostraré indiferencia afectiva, alegando pobreza afectiva en mi hogar original donde crecí? ¿Es que el pasado y el futuro han de ser iguales?

Una pareja que no comparte sentimientos está propensa a una interrelación vacía, tediosa e irritable, al punto de acarrear escapes psicológicos tales adicciones al trabajo, a la socialización, a la paternidad o maternidad exclusiva, a los vicios, etc. No en vano se incrementan en número los trabajadores incansables que laboran largas jornadas y no precisamente por mística, sino por evasión a esa sensación de vacío afectivo en el hogar. De paso, la efectividad y mérito laboral no es proporcional al horario trabajado, sino al esfuerzo invertido en aquellas actividades ligadas a metas a largo plazo. Es decir, "puedo quebrarme el pecho, laborando 14 horas diarias sin estar necesariamente superándome ni siendo más productivo”. Cuando carecemos de afecto buscamos compensaciones. Las adicciones son parte de este juego, cuando vivimos de espalda a la realidad y a las necesidades vitales.

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