“¡Cuidado! El mal humor se contagia”


Artículo de Psicología
Psic. Joseph Chakkal Abajian (FPV # 705)

Con el tiempo el mal humor va haciendo mella, tanto en propios como extraños. Eso de que “no me afecta la cara cañón de mi pareja” no es cierto. Se comprende cuando es eventual, no cuando es constante. Si tienes un enfoque negativista de la vida, y andas generalmente molesto, entérate que perjudicas tu salud emocional y física y la de los seres allegados a ti, llámense familiares, compañeros de trabajo, subordinados, amistades, etc. Tienes un deber contigo y con ellos: Modificar tus creencias, resolver tus conflictos personales y aprender a tener una actitud positiva, pase lo que pase. 

La frase “eso es problema mío y a nadie tiene porque importarle” resulta risible, y menos que imposible, porque invariablemente arrastras contigo a quienes te rodean. El mal humor “se pega”. Es difícil sonreír frente a un ser querido, amigo o jefe visiblemente enojado. Por mera solidaridad uno tiende a respetar el estado emocional del otro, conservando una actitud neutra, mientras tanto uno se priva de disfrutar el momento. ¿Cuántos momentos se pierden por culpa del amargado, que anda sembrando cizaña y criticas? De manera que si tienes “un problema de carácter” (popularmente lo llaman así) tienes la obligación de buscar orientación profesional, por ti y por respeto a los demás.

El mal humor cuando es frecuente puede provenir de creencias enfermizas (irracionales), de modelos familiares inadecuados, de conflictos maritales o sentimentales, de baja autoestima, de problemas de salud crónicos, de hipervaloración de lo material, de complejos de inferioridad, de problemas sexuales, de carencias, de maltratos familiares, etc. Sea cual fuere el caso, puede aminorarse su efecto con terapia individual. Resulta sorprendente los avances que se hacen en esta materia cuando el sujeto “amargado” se somete a terapia breve. Y de no prestarse a ello deben hacerlo sus familiares quienes igualmente resultan afectados. Hay la creencia ingenua de que únicamente debe recibir ayuda aquel que tiene el problema. No es así. Cambien deben recibir atención profesional aquellos que resultan perturbados emocionalmente por aquel. Recordemos que se repiten los comportamientos erráticos y actitudes negativas mientras haya también quienes lo permiten.

Todos sabemos que los temores y miedos de los familiares del “amargado” sirven de “tapaboca” y de elementos boicoteadores de las expresiones asertivas. Todos tenemos derecho a las satisfacciones, a la armonía en el hogar, en la familia y en el trabajo. No se trata de aspirar a condiciones ideales, sólo se pretende un ambiente agradable la mayoría del tiempo. No hay porque luchar ni pelear con nadie para lograr este objetivo, con mucho respeto se pueden plantear propuestas y opciones sanas ante el enojado. Cuando uno se centra en los objetivos y en las soluciones, en vez de hacer juicios de valor al sujeto negativo, se pueden lograr avances.

Pero cuando el sujeto problemático no escucha, y es un familiar, entonces la terapia se hace necesaria. Aprenderás a sobrellevar su conducta sin engancharte con este, pero con actitud de respeto mutuo al fijar límites de tolerancia a sus excesos. La condición de padres, hermanos o parejas o hijos, no nos otorga del derecho de descalificar a los demás. Y si tuve un mal día, fuese donde fuese, tampoco me sirve de justificativo para atropellar a nadie con mi mal humor. Se comprende el malestar pero no se justifican sus consecuencias, porque entonces todos tendríamos el mismo derecho a atropellar al prójimo tras un mal día.

Tu actitud negativa y de perenne disgusto no es un problema tuyo nada más, es de todos los que te rodean. Estás perturbando a todos y no tienes ese derecho, como tampoco nadie tiene derecho a desestabilizar tu humor, amparándose en su mal carácter, o su mal día, o su personalidad. Qué triste es invocar los rasgos de personalidad para justificar la amargura. Es falso, nadie nace así, nadie es así, ni aunque sus padres hayan mostrado ese modelaje. Eso es un aprendizaje por imitación, transmitido de generación en generación por simple observación y repetición. No eres esclavo de lo que viste o te dijeron, eres esclavo de tus creencias, no de tu personalidad. Tu personalidad está en constante evolución y crecimiento, si te lo permites. Igual que todo en ti, está constantemente cambiando. No piensas exactamente igual ni tienes la misma madurez de aquel sujeto que fuiste hace 10 o 15 años. Claro, puedes decidir atascarte en el pasado, pero sería tu decisión y no una condición inherente a ti por naturaleza. No le eches la culpa a tu personalidad por tus conductas erráticas, tampoco culpes a tus padres o familiares.

Hay opciones cuando estás dispuesto a escuchar. No vale la pena que te enfrasques. Los que te rodean cometerán aciertos y errores igual que tú, pero ¿de eso dependerá que tu tengas bienestar? Entonces estás mal. Si presentas mal humor acude a un terapeuta. Regálate esa oportunidad de deslastrarte de mensajes, creencias y modelajes negativos del pasado que han condicionado tu actitud, proceder y estado emocional. Cuanto más pronto te encargues de ti, en vez de juzgar a los demás, más pronto desaparecerán tus enfados y conservaras a tus seres queridos contigo.

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